La señora que se animó
Hace cincuenta años en mi barrio, los
chicos íbamos a la escuela caminando por calles de tierra.
La vida era divertida y desde cada casa salíamos riendo y a los empujones hasta llegar al gran portón escolar vigilado por una portera que siempre nos rezongaba.
Con el tiempo cambió la ciudad y también
ese retazo de geografía lagunera.
Se multiplicaron las casas, los edificios (que no son más que casas apiladas).
Las
escuelas se volvieron más lejanas y las calles con su tránsito creciente,
fueron más inseguras.
Teresita era en ese entonces una joven mujer, trabajaba de maestra en una
escuela nocturna para adultos y siempre guardaba de su sueldo unos billetes en
una caja de zapatos por si algún día tenía una necesidad o una idea inspirada.
Empezó a ver que sus alumnos (padres como
ella misma) comentaban el problema que tenían con sus hijos a la hora de ir a
la escuela: Tomar colectivos, abrirse paso a los codazos en largas caminatas por veredas atestadas, cruzar
calles en las que nunca faltaba algún automovilista inconsciente que ponía en riesgo la vida de los peatones.
Una noche tuvo una idea. Se levantó de la
cama y abrió su caja, contó los billetes y los planchó con la mano. Por la mañana fue a una concesionaria de autos con sobre lleno de billetes.
-Quiero comprar un furgoncito ¿De cuanto dinero estaríamos hablando? Yo tengo esto - y le pasó el sobre al vendedor.
-Esto no le alcanza señora.
-¿Puedo hacer una entrega y realizar pagos
mensuales?
-Eso puede ser.
Negoció la entrega y se hizo de un práctico
vehículo al que sólo necesitó acondicionar los asientos traseros y de un día para
otro brillaba un cartel a los lados que decía “El coche de Teresita –
transporte escolar”
Tomó un listado de escuelas, las recorrió
repartiendo fotocopias en las que promocionaba su nuevo y original
emprendimiento: llevar y buscar a los niños de las escuelas por un módico
precio.
Empezó a recibir consultas de una gran
cantidad de padres. Al poco tiempo fueron confirmaciones.
Confiaron enseguida en ella que les tendía
su mano cálida, una sonrisa y su mirada verde.
Era tarde en la noche cuando se sentó a la
mesa del comedor diario y luego de acostar a sus hijos, junto a su esposo diseñaron el
recorrido.
Todos los días, desde entonces y antes de
que el sol calentara el horizonte, Teresita se montaba en su furgón y salía en
su recorrida feliz, casa por casa, escuela por escuela.
Pero hizo algo más: hizo la diferencia: lnventó un himno, que identificó a ese conglomerado viajero y lo cantaba con sus pasajeritos a todo volumen.
A toda emoción cruzaba la ciudad repartiendo las
estrofas que decían algo así:
Aunque el sol
queme con sus rayos,
Aunque la
lluvia caiga sin cesar,
Aunque el
viento sople huracanado
Teresita no
falla jamás
Es el orgullo
de toda niña
Y es la alegría
de todo niño
Que va en el
coche con Teresita
Que aunque
tengamos dificultades
Ella nos hace
reir y cantar.
Han pasado muchos años ya. Teresita ya partió.
Hoy hay tantos transportes escolares que se agrupan, se reparten organizadamente los recorridos y las escuelas de la ciudad como una torta.
Los vehículos actuales son mucho más lindos que aquel viejo
furgón, pero aquella música, aquella ilusión de una intrépida pionera aún flota en las mañanas húmedas de mi Santa Fe.
Esa señora atrevida y alegre era mi mamá.